27 diciembre 2007

307e / 303



Sentado, mis oidos no escuchaban mas que la música que salía de la mosca con cola larga introducida, que llegaba hasta el tímpano y lo hacía rebotar sin parar, con el imparable ritmo de The velvet underground. Me paré, ya se anunciaba mi descenso y ya no quería estar más sentado ahí, esa nave tan galácticamente no adaptada a nuestro entorno y que entorpece el ánimo de muchos. Caminaba libremente, pedí fuego a una mujer, que vendía dulces y que solo quería ganarse la vida. Seguí, y en el camino, miles de bichos raros pasaban a mi lado, hombres tratando de ser lo que no pueden ser por naturaleza y que intentan destruir, mujeres que no hacen mas que vender su placer a precio módico y razonable a la ocasión. Todo se ve menos claro, todo se comienza a oscurecer, se cierran las puertas automatizadas, y el número cinco era mi destino, todo mas obscuro, la débil luz del pasillo impedía ver mas allá. Abro la puerta, y una luz golpea mi cara, era el árbol de navidad, que brillaba con esplendor.

2 comentarios:

 Alex dijo...

Este es un buen texto.
The velvet underground nos salva a veces.

Saludos.

aerolitos dijo...

Saludos, buenos textos, me agradaron mucho,bye!